miércoles, 28 de septiembre de 2016

Almas, voces y memorias

El alma ya está contaminada. Cuya esencia ya no es la misma y tampoco el contenido de la mencionada. Podrían atreverse a decir que incluso ya no es de su especial interés, pero estarían mintiendo. Lo cierto es que esa parte que les atraía, eventualmente, cambió; pese a todo, no creyeron que lo fuera a hacer en tan poco tiempo. Si bien sólo es una ínfima parte la zona mancillada, ellas y su ego no son los suficientemente fuertes aún como para aceptarlo con total franqueza. Están debatiendo entre sentimientos y obstáculos que se presentan por que sí, percatándose de la completa libertad y a su vez, de la más grande soledad. "No queremos un alma corrompida" es lo que lloran las voces. No si fue corrompida por algo que habíamos predicho que pasaría con tanta seguridad. 
Las personas buscan almas de las que puedan apropiarse, hacerlas suyas, en otras palabras. Si esas almas están rotas las personas tienden a alejarse para continuar su búsqueda.

Tenían pensado abrazar las vivencias de esa alma, no obstante, se encontraron con un límite que no tenían pensado no aceptar. O tal vez sean las horas en que lo meditan... si las manecillas transcurrieran a su debido momento y el rumbo prosiguiera de manera en que todo debe ser, quizás las malas memorias se esfumen...

...pero eso es imposible. La memoria es algo que ellas guardan como si fuera lo más preciado de sus vidas, lo cual es así.

Las voces lamentan la pérdida del alma que parece bailar desde hace as.

viernes, 26 de agosto de 2016

Hora del té

—Nuestra forma de comunicarnos es un tanto peculiar.

—¿Por qué lo mencionas ahora? —inquiero, dejando a un lado la taza de té sobre la pequeña mesa que se encontraba en frente de nosotras. El aroma a limón invadía aquel gran cuarto con la delicada decoración rococó.

—Lo venía pensando hace un tiempo, la verdad, temo por que eso deje de ser así, sin embargo, no me extrañaría que de repente dejáramos de enviar esas cartas que ni siquiera parecen tener un destino. —me resulta difícil reconocer si su expresión es de tristeza o resignación al observarla.

—¿Sabes que puedes equivocarte en lo que dices, verdad? —digo.

—Ah, quizás en todo. Pero al menos esta vez me haré responsable de todas mis palabras.

Esbozo una sonrisa divertida. Siempre tratando de hacerse ver como una adulta, buscando decir palabras difíciles para que noten que está ahí, que se percaten de su presencia, tratando de llamar la atención por algún motivo. Ella era increíble.

—Quizás sea cruel, pero tal vez eso de que el amor es la fuerza más poderosa que existe sea cierto para algunos, por que si la mayoría creyéramos en eso viviríamos más felices sin decepcionarnos tanto.

—Dices eso pero sigues creyendo en el amor.

Ella asiente, como si esperara que le dijera aquello.

—Con todas mis fuerzas.

—Lo cual me resulta contradictorio con su historial, mi lady. —una pequeña risita escapa de sus labios, haciéndome vibrar todo el cuerpo para tan sólo recordarme lo importante que era que mi presencia estuviera allí, escuchando el sonido de esa alegre risa.

—¿Qué es lo gracioso?

—¡Ja! ¡las paradojas y las contradicciones son algo tan divertido cuando se las juntan! —se echa hacia adelante mientras su asiento se reclina junto con ella, riendo sonoramente. A veces tenía esas reacciones que me hacían pensar que su locura era lo que enamoraba al resto, y es que mirándola de cerca, esa mujer era una rareza en todo su esplendor. —¿Crees que me perdone?

Y frágil también.

—No.

—Si, yo tampoco lo haría en su lugar. Aún así... espera, ¿el té se terminó?

—¿Quieres que vaya a buscar más?

—No, Lisette. Deja de comportarte como mi sirvienta. Yo iré a buscarlo.

—Mientras no se te caiga en el proceso... —vuelvo a acomodarme en mi asiento ya que segundos antes me había puesto de pie para ir a buscar el té. No me creía una sirvienta ni mucho menos, tan sólo me agradaba acompañarla y ayudarla en lo que fuera posible, sin embargo, ella era alguien muy orgullosa y no quería que yo pensara mal. La persigo con la mirada; sus cabellos negros ondulados hasta la cintura cubrían su espalda, ondeando de un lado a otro hasta perderse tras la enorme puerta de colores dorados y cobrizos.

Tras unos minutos, vuelve con dos tazas humeantes en cada mano. Toma asiento en su respectivo lugar con una expresión risueña, sin apartar su mirada de mí. Le sonrío cariñosamente, preguntándole que ocurre.

—¿Tienes miedo de que me vaya? —me pregunta, tomándome por sorpresa.

—La verdad es que no... no la tengo. ¿A qué viene la pregunta?

—Si te fueses, yo no lloraría por ti.

—Lo sé, Miraballe. En ocasiones eres así de fría. —estiro mi mano para alcanzar la taza.

—¿Crees que no tengo corazón por eso? —insiste. Yo apenas me río, temiendo que el agua caliente cayera sobre mí.

—No creo que no puedas amar. Sé que quieres preguntar eso, sabes que no pienso así de ti. Solo... no amas de la misma forma que los demás, tal vez te apasiones por algo fuera de lo común que aún no puedes descubrir.

—¿Así es como piensas? ¿Y si no puedo amar a las personas? ¿Qué debería hacer?

—En ese caso... —suspiro. Le daba demasiadas vueltas al asunto, terminar de forma más simple con el tema era lo ideal. —...busca a qué amar. No tiene que ser una persona. Tú solo quieres enamorarte, ¿no? Tu problema es que buscas a alguien que sea un ideal y lo sigues creyendo fervientemente, lo cual no es malo, pero pienso que deberías cambiar el rumbo de tu amor.

Ella se limita a observarme, pero por su expresión parece no molestarle lo que le digo.

—Las personas son divertidas. —es lo único que dice.

—Si, lo son.

—¿Sabes a qué me refiero, no?

—¿No te vas a terminar el té, verdad?

—Me conoces muy bien. —sonriendo, se pone de pie, su largo cabello vuelve a ondear con el viento que ingresa a la habitación. Hace calor, pero el fresco viento se hace presente llenándonos los pulmones generándonos una agradable sensación. —No me arrepiento de lo que hice, sí me arrepiento de lo que no.

Como una madre, asiento, dándole la razón en todo.

—Todavía hay tiempo. —digo, apacible. Cruzo mis piernas, esperando a que vuelva a tomar asiento. Mirabelle comienza a reír y a bailar en el gran salón un pequeño vals, sus agigantados pasos lo recorren sin importarle que no haya música, dejándose llevar. Quizás, como siempre.

Miedo

Cuando nos encontramos frente a ese miedo que por tanto tiempo nos mantuvo estáticos, fijos y aterrados en el mismo lugar; no nos percatamos de que un momento a otro nos estamos riendo de él. Al final, no era la gran cosa e hicimos un escándalo por algo que pudo no haberse vuelto un problema. En el proceso mientras tanto nos arrepentimos, entristecemos, somos nuevamente felices por que pensamos que no vale la pena lamentarnos por algo así y volvemos a caer en la agonía del dolor. Incluso llega a ser divertido para los que se consideran masoquistas, para los que no, se trata de una travesía bastante interesante. Una tormenta de la que puedes salir en cualquier momento, o un viaje del que no quieres volver y quedarte.

jueves, 25 de agosto de 2016

Olvido

—Oye, ¿sabes? Estuve escuchando de otras personas que no es para nada fácil.

—¿Por qué de entre todas las personas, tú pensarías algo como eso?

—Nunca quisiste escuchar como era debido, por lo tanto, puedo decir que no conoces esa parte de mí.

—O tal vez nunca te encargaste de que la conociera.

—O tú nunca estuviste interesado en preguntar. -sonrío, triste. -Es doloroso, ¿no? Que los minutos pasen y no entender el por qué.

—Yo si lo entiendo.

—Tú crees que lo entiendes. Seguro lo harás dentro de un par de años.

—Que arrogante.

—A veces sueño. Contigo. —hago silencio. —No estás diciéndome nada, no espero que lo hagas, sonríes y tomas mi mano, intentando pecar con mi alma, ella no se opone. —explico, muy tranquila. —Pero cuando despierto solo pienso en que actué mal, en cómo estarás, en que quiero preguntarte cosas.

—¿Por qué no lo haces? ¿Piensas que no corresponde?

—No. Dejé de pensar eso hace días. Creo que sencillamente no es el momento para nada. Tú estás así, y yo estoy así. No quiero hacernos perder el tiempo.

—Pero quiero que lo hagas.

—Aún así, sabes y yo sé que, no puede ser. No ahora, no sé cuando, eso no me importa ahora. En realidad, te invité a mi inconsciente hoy por que quería confesarte algo.

—¿Más confesiones?

—Entendí el por qué de ese momento. El por qué de mis acciones inverosímiles. Te sigo extrañando.
Él no dice nada, se queda callado, parece que le duelen mis palabras. Yo vuelvo a sonreírle.

—Pero, tristemente, estoy dispuesta a que eso deje de ser así, tan solo con tiempo. —me levanto de la silla, y le hago una pequeña reverencia. —Gracias por haber venido. Ya no volverá a pasar.